Para hacer esta crónica hice un viaje en el tiempo. Me fui de Barcelona escapándome. Cuando se acercó la fecha pasé llorando esa semana, dándome cuenta que el dolor era más grande de lo que me había dado cuenta. Volví ocho meses después a reencontrarme con mi segunda casa, extraño sus callecitas llenas de historia y sus pasadizos llenos de turistas e inmigrantes. Algo parecido a esto salió publicado en El País. Esto, tiene más sentimiento, es desde mi yo más puro y tuvo horas de trabajo. En este link está la versión de la web del diario donde está lo mismo pero mi esencia se nota menos.
Volver ocho meses después.
Lo pienso mil veces, a veces el recuerdo me invade y me persigue. Salía casi todos los días de la semana hasta Liceu o Plaza Cataluña. A veces cruzaba en bici, otras caminando. Algunos días bajaba al metro en una u otra parada y repetía el ritual. Lo hacía para moverme por la ciudad. Las Ramblas entre Liceu y Plaza Cataluña, ahí donde está La Boquería, eran mi casa. Así de sencillo.
Próxima estación, Liceu, dijo la voz del metro primero en catalán después en castellano, como siempre se abrieron las puertas y elegí la salida más al sur, la que daba a la puerta del teatro porque volvía al barrio y lo iba a recorrer desde el principio.
Me había ido de Barcelona, cuando no hacía ni un mes del atentado, cuando todavía sufría de lo que (ahora me autodiagnostico) como estrés postraumático y la verdad es que en esas últimas semanas no me animaba a bajar al metro y caminaba mirando a todos lados, como si en cualquier momento la furgoneta asesina apareciera de nuevo.
Recorrí una vez más, en silencio las Ramblas, ese mismo lugar donde aseguraba había hecho un surco de tanto recorrerlo de arriba abajo. Algunas veces paseando con un chocolate o Frappuccino en la mano, otras –la mayoría– atrasada, con mi latina impuntualidad.
Camine y pensé en el atentado. Pensé en los turistas, que andaban cargando valijas, comprando flores, hacía el puerto, la Boquería, el Museo de Cera o se escabullían en los pasadizos del barrio Gótico y Raval. Mientras, iba hacia Plaza Cataluña, buscando las cosas que había dejado hacía ocho meses cuando los restos de los homenajes aún permanecían ahí. Ahora no quedaban ni rastros, las Ramblas habían dejado ir el horror.
Caminé despacio, paré a comprar el café en el puesto de siempre. Llegué a donde había empezado todo, donde la furgoneta había subido y donde yo bajaba al metro a veces. Noté un cambio. Bloques de concreto impedían la entrada de vehículos en la cabecera de la vía peatonal y algunas personas los usaban de bancos.
Me quedé mirando las Ramblas hacia abajo, como parecían repletas siempre y volví a sobre mis pasos. Me acerqué a los mismos puestos donde la mañana del 18 de agosto, el día después del atentado, había hablado con comerciantes. Nadie quiso decir nada. “Es un tema muy doloroso, preferimos no hablar”, así todos.
Seguí caminado. Todo parecía normal, pero algo había cambiado, supongo que no solo dentro mío, la palabra atentado, cobró otro significado.
17A, el día de la tragedia
“Atentado terrorista en Las Ramblas de Barcelona”, la noticia irrumpió hace un año y conmovió a España, Europa y el mundo. Desde el famoso 11M, el 11 de marzo de 2004, cuando Al Qaeda atacó Atocha, la estación de trenes más importante de Madrid, España había permanecido intocada ante el extremismo religioso musulmán.
El atentado tomó por sorpresa a la ciudad catalana donde el islam y el catolicismo; el castellano, el catalán, el árabe y el inglés, conviven tan bien. El bochornoso calor de la tarde de verano de agosto tenía a muchos en la playa de la Barceloneta, Bogatell y los más osados habían escapado a Badalona o Casteldefells; otros se habían refugiado en los aires acondicionados de tiendas, hoteles y cafeterías que abundan en la ciudad, y cerca de las cinco de la tarde la calle estaba más tranquila de lo normal.
De todos modos, las Ramblas, como paseo peatonal imperdible para todo visitante, estaban repletas de turistas que paseaban entre los puestos de flores, revisterías y tiendas de recuerdos. Algún locatario las cruzaba, siempre jugando carreras de obstáculos entre los vendedores de “palo selfie” y turistas distraídos que posaban para alguna instantánea, mientras hacían malabares para sostener las compras que acababan de hacer en el supermercado que estaba sobre Raval para volver a su casa en el barrio Gótico o volvían de hacer alguna compra en las tiendas del Gótico a casa en Raval.
Era un día de verano normal o al menos lo fue hasta ese momento. El 17 de agosto de 2017 -17A- la frase “No tinc por” (No tengo miedo, en catalán) cobró un significado distinto para los habitantes de Barcelona.
A las 16:54, Younes Abouyaaqoub subió a las Ramblas a la altura de Plaza Cataluña en una furgoneta y recorrió 550 metros sobre la avenida peatonal hasta la parada de metro Liceu, casi la calle L’Hospital. En el camino atropelló a 139 personas. 13 fallecieron en el lugar y una en el sanatorio al que fue trasladada.
Durante unos minutos las Ramblas fueron solo gritos de miedo y dolor, más tarde las sirenas y los helicópteros. Luego, silencio.
Via Laietana se convirtió en la ruta directa en la que las ambulancias trasladaban a los heridos hacia el Hospital Del Mar, ubicado sobre Barceloneta y durante muchas horas los vecinos que vivían a un kilómetro a la redonda no pudieron salir ni volver a sus hogares porque se instauró la operación jaula para intentar dar con el paradero del conductor de la furgoneta.
Las imágenes del horror comenzaron a circular en redes sociales, las noticias falsas también, y el terror se materializó en el rostro de Younes Abouyaaqoub, el perpetrador del atentado al que la policía no lograba detener.
Horas más tarde en una playa, Cambrils, a pocos kilómetros de Barcelona compañeros de Abouyaaqoub intentarían continuar su ataque, sin embargo fueron abatidos rápidamente por la policía. Los sucesos de Cataluña dejaban a todos asombrados.
El día después.
La mañana siguiente, después del sufrimiento y el dolor del día anterior levantarse fue difícil para muchos. Llegar a las Ramblas y Plaza Cataluña, más aún. Sin embargo, Barcelona se levantó al grito de “No tinc por” como una arenga que le hacía frente al terrorismo. En los lugares donde las víctimas cayeron fueron formándose ofrendas espontáneas y donde la furgoneta frenó, justo donde está el mosaico de Miró en el suelo de las Ramblas un inmenso homenaje comenzó a crecer con mensajes de amor.
Al mediodía, autoridades llegaron al centro de Plaza Cataluña para decir no al terrorismo y mostrar solidaridad con el pueblo catalán.
Finalizados los discursos todos marcharon en silencio, recorriendo nuevamente el camino de la camioneta en homenaje a las víctimas y en señal de respeto.
El yihadismo había dejado su huella de terror.
Los días siguientes no fueron normales. La ciudad quedó alterada. Younes Abouyaaqoub escapó de la policía durante tres días y finalmente fue abatido de seis disparos, no sin antes matar a un hombre y atacar a algunas personas.