Entre decir #YoTambién, romper el silencio y decirle gracias a ellas

“Qué linda mamita”, me gritó un pelado que estaba sentado en el asiento del acompañante de un auto en la esquina de Zelmar Michelini y Soriano el lunes a las 9:30 de la mañana cuando llegaba al diario. Voy a decir la verdad, lo vi venir, lo medí y planeé la respuesta. Esperé su grito, pero no bajé la mirada como me enseñaron, como la sociedad me dice que haga, como él esperó, lo miré y le respondí: “Sos un desagradable… la verdad das asco”. No paré, seguí como venía, como todos los días. Ese hombre no pudo mirarme más, la sonrisa babosa se convirtió en una mueca amargada y clavó los ojos al frente.

Rompo mi lapsus de cinco meses sin escribir porque hoy Time anunció que la “Persona del año” son las “Rompedoras de silencio”.

No retomé ninguna de mis columnas a medias y escribo esto en el ómnibus mientras vuelvo a casa después de más de ocho horas en el diario. ¿Por qué? Porque a las rompedoras de silencio, a las high profile, les quiero decir gracias. Gracias, gracias por mostrar que estas cosas pasan en todas las esferas y es momento de que dejemos de culpar a las víctimas y nos concentremos en atacar a los victimarios, y sobre todo por crear un futuro con menos victimarios.

Lamentamblemente en el mundo y en Uruguay, todavía hay demasiadas personas que piensan que un cuerpo voluptuoso es sinónimo de “provocación”, que las mujeres no deben usar ciertas prendas si no quieren ser juzgadas de tal o cuál manera o que el largo de la pollera o lo profundo del escote habla de la cantidad de neuronas en una cabeza. La discusión la mantengo casi a diario y créanme que después de una carrera y dos másters estoy bastante segura que no va ser mi cuerpo el que defina mis capacidades intelectuales.

Volviendo a los abusos sexuales, quiero invitar a todos y todas los que leen este blog, que es personal y sé que no son tantos, pero de todos modos los invito a reflexionar. Para eso voy a contar una anécdota. Hace unos años, en una fiesta de la Noche de la Nostalgia me divertí como pocas veces y tanto me divertí que me acuerdo haberme caído tres veces de la tentación de risa que me dio. Ya no era una niña, tendría unos 22 años, creo, y habíamos tomado bastante alcohol por lo que a las 8 de la mañana me quedé dormida en un sillón y me pasó una de las cosas más feas de mi vida.

Estaba medio dormida, cansada de la noche y el alcohol. Uno de los hombres, que integraban uno de mis grupos de amigos de toda la vida, se sentó al lado mío y empezó muy lentamente a manosearme aprovechando que yo estaba “inconsciente”. Me costó reaccionar, me paralicé, no supe qué hacer, hasta que recuperé por completo mi consciencia y me paré y me moví. Pero no dije nada, avergonzada y pensando que la culpa era mía por haber tomado alcohol y haberme quedado dormida.

¿Alguna vez les pasó? Pasaron como seis años de ese episodio, sin embargo sigue dándome el mismo asco que aquel día. El problema, seguir pensando que la culpa era mía y no de él que en definitiva estaba cometiendo un ataque sexual.

Menos físico pero no menos violento fue el periodista uruguayo con el que acepté cenar en Barcelona. Pequé de inocente, lo admito, pero cuando hace casi un año que estás afuera pensás que la gente que llega a la ciudad quiere juntarse con gente como vos que la conoce y por eso le interesa verse y pasar un rato amigable. Soy futbolera, el título del blog lo dice y una charla de fútbol con unas minutas de por medio, usualmente, no le niego a nadie, pero aparentemente para este señor eso fue sinónimo de querer acostarme con él.

Después de haber comido unas papas fritas, tomado una coca light y dividir la cuenta en partes no iguales (yo pagué parte de su cuenta), era tiempo de emprender la retirada. Cuando nos íbamos, el señor me preguntó si nos íbamos a mi casa o a su hotel. Lo pensé por unos instantes, ¿le había errado en algo? Entonces le respondí y le pregunté si en algún momento yo le había dado alguna señal de querer tener algo más con él, porque me parecía que no lo había hecho y por supuesto le dije que su propuesta no me interesaba.

La cosa no terminó ahí, ante mi negativa este hombre se puso insistente y empezó a pedirme explicaciones y a tratarme como si yo tuviese la obligación de acostarme con él. Por suerte tengo 28 años y pude ponerlo en su lugar, como corresponde, al punto que cuando quiso ponerme una mano en el hombro, supuestamente porque yo estaba «alterada», le grité «no me toques porque capaz que en tu mundo una mano en el hombro quiere decir que quiero acostarme contigo». Siguió insistiendo.

Juro que pensé que después de ese episodio este hombre (qué pasa los 40) se calmaría. Pasó en julio, pero lamentablemente insiste en contactarme de vez en cuando, por Facebook, Whatsapp y hasta Twitter, eso también es acoso. Y aparentemente su fama lo precede porque en el ambiente es conocido por esto.

Si lo anterior les parece fuerte, hablemos de una práctica más “común”. No voy a contarles de las mil veces que me tocaron el culo en un boliche, porque esa cosa desubicada y desagradable era lamentablemente “normal” cuando era chica y no tanto. Pero cuando tendría unos 15 años me acuerdo de una vez en particular en la que me tocaron el culo y respondí al “agresor” con un empujón o cachetada (no me acuerdo bien) si me recuerdo que me gritó fea y puta y me empujó del escalón donde estaba parada a la pista.

Romper el silencio, hablar de estos temas, plantarle cara al acoso y el abuso sexual para terminar con él, eso es lo que debemos hacer. No, no es que las feministas queramos llevar siempre agua para nuestro molino, pero es que vivimos en un mundo donde lamentablemente la mayoría de las mujeres podemos decir #MeToo y eso tiene que terminarse.

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