El jueves era un día como tantos de los que he tenido en mis casi cuatro meses viviendo en Barcelona. Me levanté temprano, trabajé y después me puse a estudiar para las entregas que tenemos la semana que viene.
Antes de irme a casa, vino Fede a merendar y a partir de una charla normal terminamos sacando entradas para ir a ver al Barça. Tres meses sin ir al Estadio, casi un suplicio para mi, extrañando a mi Danubio amado, pero mi jueves frío de enero terminó en el Camp Nou a escasos metros de la cancha y a un precio increíble, solo 22 euros. Quiero aclarar que no tengo nada contra la Real Sociedad, pero por alguna razón ya vi Barça Real Sociedad dos veces en el Camp Nou (primero en 2015 y el jueves nuevamente).
Se podría hacer un análisis comparativo de lo que es ver un partido en Uruguay, en el «monumento al fútbol mundial», el CDS, en Capurro o en Jardines y quizás el único punto en común que encontraríamos sería que hay 11 jugadores por equipo y los árbitros, porque el resto no tiene nada que ver: ni la gente, ni el espectáculo, ni nada.
Todo esto viene a que estar tan cerca de la cancha me hizo fijarme en muchas cosas, más allá de la victoria 5 a 2 de los culés, y el grito de «Uruguayo, uruguayo» que me hizo sentirme un poco más patriota gracias a Luis.
Durante un buen rato me preocupó el señor que no mira el partido. No me refiero a la barra brava que canta y no mira (acá barra brava no existe), hablo de esos hombres que ofician de seguridad y que se sientan de espaldas a la cancha mirando las tribunas como los de las fotos del post.
Digo el señor que no mira el partido porque me fije en particular en uno de ellos, pero en realidad son muchos.Ellos son dos tipos, unos de naranja chillon y otros de amarillo neón, que supongo que responde a que unos son seguridad del ayuntamiento y otro privada del Barçca, a veces tienen banquitos, a veces no. Son muchos y están ahí sentados de espaldas al evento por el que la mayoría de las personas ha gastado una fortuna por presenciar. Su tarea vigilar la tribuna y no prestar atención a lo que pasa en la cancha.
Me quede un rato mirándolos, pensando que quizás para hacer ese trabajo no te tiene que gustar ni un poquito el fútbol, o quizás te gusta y estás sufriendo, no sé.
También me hicieron acordar a la alegoría de la caverna de Platón, que resumo muy brevemente contaba la historia de un grupo de personas que vivían encadenadas a un muro y veían las sombras proyectadas sobre él y esa era su verdad. Quizás para esos señores la verdad son los rostros de las personas que miran el partido y a través de ellos intentan interpretar lo que está sucediendo en la cancha. No lo sé.
Me preocuparon y me hicieron reflexionar los señores que no miran el partido, sobre su «sacrificio» (o no), sobre la falta de alambrados, la distancia de la cancha y los espectadores y el fútbol de elite y el de barrio, como el nuestro.
Qué lejos estamos.